divendres, 10 de juny del 2011


Una resistente holandesa confiesa que mató en 1946 a un hombre que creía colaborador nazi

Pocos sabían que Guljé ayudó a judíos durante la guerra; para muchos era un colaboracionista nazi

Internacional | 10/06/2011 - 00:00h
BEATRIZ NAVARRO | BRUSELAS
Corresponsal
El extraño crimen ocurrió una fría noche de marzo de 1946 en Leiden (Holanda) y ha tardado 65 años en esclarecerse: el tiempo que su asesina confesa, una holandesa a punto de cumplir 97 años, ha tardado en hablar.

Cae la nieve. Alguien llama a la puerta de la casa del ingeniero Felix Guljé. Abre su esposa. Una mujer joven, apenas visible gracias la oscuridad y a la mano negra que ha aflojado la bombilla de la entrada, quiere entregar personalmente una carta a Guljé.
Su esposa lo avisa y vuelve a la casa. Segundos después, oye un disparo y se encuentra a su esposo malherido, tendido en el suelo. Guljé murió horas después en una ambulancia camino del hospital, sin que años de investigaciones hayan aclarado la autoría del crimen ni su motivación.

La historia no había caído en el olvido: su hijo mayor publicó hace unos años un libro (Increíble) sobre el extraño asesinato, y varios políticos han rendido cuentas ante el Parlamento por los fallos en las pesquisas policiales y la desaparición del dossier de Guljé, cuyo nombre sonaba en aquella época como posible ministro de Comercio y Empresas.
Aun así, nadie esperaba conocer la solución al misterio 65 años después a través del alcalde de Leiden, Henri Lenferink, que el martes leyó ante la prensa un apasionante relato que ha dejado boquiabierto al país.

A principios de año, Lenferink recibió una carta de una mujer vecina de Rotterdam, de 96 años,que confesaba ser la autora del crimen. "Es un miembro conocido de la resistencia",explicó: Atie Ridder-Visser, alias Karin durante la ocupación nazi de Holanda. La misma mujer que 20 años atrás había recibido en ese ayuntamiento la cruz al mérito de la resistencia...

Todo fue un error, le explicaba en la carta. Ella pensaba que Guljé, empleado de una constructora que recibió numerosos encargos de los nazis, era un colaboracionista; sabían que había trabajado en la reparación de un puente destruido por los antifascistas, que lo consideraban estratégico.
Atie no era la única que dudaba de Guljé en los confusos años posteriores a la ocupación alemana, años de inesperadas historias heroicas pero también de conjeturas, temores y desconfianza. Su nombre había aparecido como sospechoso en la prensa clandestina, y había sido investigado por la policía.

Sólo después de su muerte se supo que en realidad era un pequeño héroe anónimo de la resistencia. Como recordó el alcalde, durante la guerra Guljé dio cobijo y refugio a judíos, financió a familias que ocultaron personas y acogió en su casa reuniones de una organización católica clandestina. Muy pocos sabían de sus actividades. Y para el comando en el que operaba Karin, Guljé era un colaboracionista más.
Al alcalde de Leiden le llevó su tiempo convencerse de la veracidad del relato de la anciana. Se entrevistó dos veces con ella y contrastó diversos archivos antes de hacer pública la historia y de poner en contacto a la mujer con los nietos del ingeniero. Un año después del asesinato, Atie emigró a Indonesia, donde conoció a su marido. Luego volvieron a Holanda y de allí se mudaron durante un tiempo a España.
Ahora, viuda, vive en Rotterdam. "Es una mujer muy frágil, que oye mal y necesita ayuda", ha explicado el alcalde, pidiendo que no se la moleste. "¿Que si ha mostrado arrepentimiento? Quizás esa no sea la palabra correcta. Dice que si hubiera sabido esto no lo habría hecho, pero al mismo tiempo, con la información que tenía, era lo más lógico".

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